Por Yris Neida Cuevas
Repùblica Dominicana.-La fotografía del presidente Abinader junto a los expresidentes en su reciente encuentro
para discutir la situación respecto a la migración haitiana, proyectó un mensaje de
unidad nacional ante esa crisis.
Pero, por otra parte, una imagen, la del alcalde de Dajabón, envió una señal opuesta.
Y nos preguntamos ¿Cómo sostener una narrativa coherente desde el poder?.
En comunicación política, las imágenes no solo capturan momentos; construyen
significados, alimentan relatos y, en muchos casos, modelan el poder.
La República Dominicana, ha sido escenario de una enérgica puesta en escena política,
la reunión convocada por el presidente Luis Abinader con los expresidentes Hipólito
Mejía, Leonel Fernández y Danilo Medina para abordar la situación haitiana.
La fotografía que circuló tras el encuentro fue interpretada como una señal clara: frente
al desafío externo que representa la situación de Haití, la clase política dominicana
puede cerrar filas.
Este gesto, además de inédito, es estratégico en términos diplomáticos.
Proyecta
institucionalidad, madurez democrática y cohesión política en temas de interés nacional.
Según Manuel Castells, sociólogo, “el poder se construye en la mente de las personas,
y la comunicación es el proceso por el cual se construyen esas mentes”.
La foto presidencial construyó un símbolo que trasciende lo local, envía a la comunidad
internacional un mensaje de un "país unido que no está dispuesto a asumir una crisis
que le desborda".
Sin embargo, un día después, otra imagen comenzó a circular. Esta vez, desde Dajabón,
el alcalde Santiago Riverón, del mismo partido oficialista (PRM), fue captado
expulsando de manera impulsiva a niños haitianos de un parque.
El alcalde tiene el deber de garantizar la paz y el buen uso del espacio público; en todo
caso, su rol es facilitar la labor de la Dirección de Migración. Esto no implica tolerar
alteraciones al orden, pero sí actuar con mesura, especialmente cuando se trata de
menores en situación de vulnerabilidad.
La escena, que generó diferentes opiniones en redes sociales y rechazo, incluso de
instituciones públicas, contradice la narrativa de unidad y gestión responsable que se
había impulsado desde el Palacio Nacional.
Aquí surge otra pregunta clave: ¿de qué sirve una historia bien narrada desde el centro
del poder, si es saboteada por sus propios actores locales?.
La comunicación política moderna no depende solo de lo que se dice, sino de la
coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Como advierte el politólogo y consultor Mario Riorda, “no hay buena comunicación sin
buena gestión, pero una buena gestión sin comunicación puede parecer mala gestión”.
Y
en este caso, no es solo una cuestión de forma, es el fondo del mensaje lo que está en
juego.
Mientras el presidente lidera un esfuerzo por construir legitimidad interna y externa,
actores locales de su mismo partido transmiten señales contrarias, y con ello debilitan el
relato oficial.
Esta fractura entre el discurso presidencial y las acciones de algunos funcionarios, pone
en evidencia la ausencia de una "estrategia comunicacional sólida" que articule todas las
voces del gobierno bajo una misma línea.
En la era del "storytelling", como explica Christian Salmon, la política no se trata solo
de convencer, sino de seducir con la narrativas consistentes y coherentes.
Las contradicciones, especialmente cuando se viralizan, terminan erosionando la
credibilidad del discurso oficial, y más aún cuando se trata de temas tan sensibles como
la migración, la niñez y los derechos humanos.
Por eso, más que cuidar la imagen, se necesita un plan de comunicación integral, con
directrices y controles claros, que alineen el discurso y las acciones de todos los niveles
del gobierno bajo los mismos principios políticos.
Así como se logró reunir a los expresidentes y proyectar unidad hacia fuera, el
presidente debe considerar ahora convocar a su partido y a su gabinete para instruir
hacia adentro los lineamientos a seguir.
Hasta ahora, ni el PRM ni el presidente se han pronunciado sobre la polémica acción del
alcalde Riverón, conocido por sus actitudes excéntricas; quizás el mandatario reserve su
opinión para otra entrega de “La Semanal”.
El sentido común y la coherencia son claves para garantizar que las imágenes que
proyecta el Estado no se conviertan en contradicciones flagrantes que debiliten su
legitimidad.
En definitiva, la sostenibilidad del relato político no depende solo del poder simbólico
en la cima del poder, sino también de la disciplina comunicacional con que se asuma.