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Trujillo: Peripecias que pasó cadáver, para descansar en su morada final.

Rafael Leónidas Trujillo Molina el multimillonario dictador dominicano, tuvo todo lo que deseo al alcance de sus manos, pero sus restos revivieron la vieja leyenda del judío errante y en el lapso de nueve años rodaron por el mundo tratando de lograr una tumba definitiva para reposar eternamente. 

El mandamás dominicano fue poseedor de terrenos suficientes para albergar la mitad de la población dominicana de su época, pero para lograr los siete pies de tierra necesarios para su sepultura, tuvo que pasar una macabra, tétrica y casi interminable odisea. 

Fue inmisericorde para arrebatarles sus predios y cuanto tenían a millares de campesinos y conciudadanos en general, pero ni su poder ni su dinero le valieron para liberarse de cuanto pasó después de muerto. 
Finalmente, los restos de Trujillo se sepultaron junto a los de su hijo Ramfis en un mausoleo en el cementerio de el Pardo, cerca de Madrid. 

Ajusticiado el 30 de mayo de 1961, sus despojos mortales fueron sepultados con toda la pompa, el esplendor y los honores que se puedan tributar a ser humano alguno, el 2 de junio, en una tumba de mármol construida poco antes en la iglesia parroquial de su nativo San Cristóbal. 

Previo a la bendición de la tumba por el arzobispo de Santo Domingo, Monseñor Octavio Antonio Beras Rojas, el presidente Joaquín Balaguer dijo un panegírico en homenaje del que fue el hombre más poderoso de este país. 

La compañía de la guardia presidencial rindió los honores militares correspondientes durante la ceremonia del entierro, mientras varios miles de ciudadanos de todas las clases sociales, se congregaban en torno al templo católico y sus alrededores. 
Pero el 17 de noviembre Ramfis Trujillo, el hijo del dictador, un día antes de su partida abrupta y definitiva del país, posiblemente previendo los sucesos que acontecerían aquí, sacó los restos de su padre de su tumba para enviarlos a Francia y darle sepultura en uno de los cementerios más exclusivos de París, el Pére Lachaise, para que descansaran definitivamente. Con este fin mandó a llamar al contralmirante retirado Cesar de Windt Lavandier para que, en el yate Angelita, llevara su destino final el sarcófago con los restos de su progenitor.

 “Contralmirante”, le dijo Francis al militar, como si ignorase que desde tiempo atrás su padre lo había puesto en retiro, “necesito de sus servicios para una misión a Francia en el yate Angelita”. 

“Quiero llevarme los restos de papá”,  Prosiguió el hijo del tirano, “para sepultarlos en París, pero deseo que usted, como experimentado marino, sea quien conduzca el yate con los despojos mortales de mi padre”. “Oh, sí, con mucho gusto, general”, le respondió de Windt Lavandier, fingiendo mucha complacencia por haberse seleccionado. 

“Para mí es un honor que usted me haya escogido para esta misión. Sólo necesito que me diga cuánto debo partir, a fin de prepararme en forma conveniente”. “Lo necesito hoy mismo, esta noche, contralmirante”, le dijo Ramfis con vehemencia. “Y puedo asegurarle que sabré corresponder con creces al servicio que necesito de usted. 
Por lo pronto, puede tener la seguridad de que su familia dispondrá de los medios suficientes para vivir holgadamente.” ·Ahora mismo general?·, Dijo extrañado el viejo Marino ,”esto para mí es imposible, pues, cuando menos, necesito dos semanas para entrenarme en el manejo de esa maquinaria que tiene el yate Angelita”. 

“Entrenarse un viejo marino como usted?”, Preguntó Ramfis con marcada extrañeza e incredulidad. “Sí, mi general”, le dijo de Windt Lavandier en tono convincente. “Ni yo, ni ningún marino puede emprender la travesía del Atlántico en un yate ,sin estar familiarizado con su manejo”. 

En realidad el contralmirante no deseaba ir al viaje , por el cariz que estaba tomando la situación política dominicana, casi a punto de estallar con una violencia insospechada. 

Por eso inventó la fábula de su falta de entrenamiento. Entonces, dijo Ramfis con marcado desencanto; “usted podría recomendarme a otro Marino tan eficiente como me han dicho que lo es usted?”. “Sí, general, con mucho gusto, le recomiendo el contralmirante Ramon Julio Didiez Burgos, un viejo lobo de mar que estoy seguro, se sentirá muy feliz de servirle, y de llevar a Francia una carga tan honrosa”. Puntualizó de Windt Lavandier. 

Efectivamente, Didiez Burgos se sintió muy halagado con la solicitud de Ramfis Trujillo y esa misma noche tomó el mando del yate Angelita, rumbo a Francia. 

Pudo advertir, sin embargo, que en el barco iba no sólo el cadáver de Trujillo, sino el equivalente a muchos millones de dólares, en peso dominicano y en joyas y prendas preciosas. Por esa circunstancia decidió mantenerse siempre alerta. 

“Por qué”? Pensó de Didiez Burgos, “el diablo tienta”. Y, sobre todo ante tanta riqueza, suficiente para sacar de la miseria a centenares de familia. 
Ramfis Trujillo, por su parte, el día 18 de noviembre, después de asesinar a los que ajusticiaron a su padre, tomó la fragata Mella y del puerto de Haina se fue a Guadalupe, en las Antillas menores. Y aquí, en avión, a Francia. 

El primogénito del mandamás, la noche anterior, había sacado los restos de su padre, de la cripta donde se le había sepultado en la iglesia de San Cristóbal y los llevó al puerto de Haina para su embarque. 

Aprovechando la noche y con una fuerte escolta militar en los alrededores del templo católico, hizo la operación fuera de la mirada de los curiosos. 

Según cuentan algunos, Ramfis quitó la tapa del féretro y durante varios minutos estuvo contemplando el cadáver de su padre, que estaba como dormido, en perfecto estado de conservación, pese a que su muerte se había producido cinco meses y medio antes. 

Hay que recordar que la madrugada del 31 de mayo, un equipo médico integrado por los doctores Francisco González Cruz, José G. Soba y Ramón Berges Santana, había realizado la operación de embalsamar el cuerpo de Trujillo, inyectándole formol en el sistema circulatorio luego de extraerle toda la sangre y el plasma sanguíneo. 

Además, cociéndole las heridas que recibió en la autopista Santo Domingo-San Cristóbal, al enfrentarse con el grupo que lo ajusticio. Por otra parte, los marinos del yate Angelita, poco después de la salida del barco de aguas territoriales Dominicana, empezaron a manifestar ciertos temores y a repetir consejas sobre la suerte de los barcos que transportaban muertos. 

No lo hacían abiertamente porque aún no se daban cuenta de que la maquinaria trujillista estaba desmembrándose a la carrera. Supersticiosos, como todos los marinos, los miembros de la tripulación del yate se cuidaban mucho de cruzarse por el lugar donde estaba el féretro con el cadáver. Ya Trujillo no era el semidiós a quien tanto temían y tenían que obedecer. 

Ahora era un cuerpo sin alma, que pronto sería comido por los gusanos. Algunos sugirieron que el muerto fuese removido a otro lugar, lejos del sitio que le había asignado Ramfis. Pero nadie se atrevió a intentar esa acción, sobre todo, por respeto al comandante de Didiez Burgos. 

Ordenan el retorno al país del yate en que se conducía los restos del tirano. Cerca de las islas Azores, en las intermediaciones de las costas africanas, y después de los sucesos locales del 19 de noviembre, el capitán de fragata Freddy Berrocal, segundo en el mando de la embarcación, recibió un cable cifrado del general Rafael Rodríguez Echavarria, ya secretario de las fuerzas armadas Dominicana, ordenándole arrestar al comandante Didiez Burgos y aretornar con la nave a Santo Domingo. 

“Cumplo órdenes”, dijo Berrocal a Didiez Burgos, que hasta hacía unos instantes era su superior, “y me veo obligado a mantenerlo bajo arresto y dar máquina para atrás y volver a las Calderas”. “Si son órdenes”, le replicó Didiez Burgos, “pues cúmplelas; íbamos para Francia cumpliendo mandato del general Ramfis Trujillo y ahora nos dan una contra orden del comando militar, pues cumple lo que se te ordena”. 

En el yate Angelita reinaba un ambiente tenso y los marinos daban entonces más fuerzas a sus cábalas y consejas. “Algo gordo pasa en Santo Domingo”, dijo uno de los marinos, “y yo me alegro que volvamos, porque no me gusta estar lejos de los míos en esta situación”. 

Días después cuando la embarcación llego a las Calderas, el doctor Rubén Suro levantó un acta notarial de todos los valores y riquezas que llevaba en el yate el primogénito del dictador dominicano. 

Luego, el barco y los valores fueron incautados por el gobierno. Balaguer ordenó entonces que un buque de la Marina de Guerra transbordara el féretro con los despojos de Trujillo y los llevase a Barahona y de ahí por avión, lo condujesen a la base aérea de San Isidro. 

Todo este extraño movimiento, porque la ira popular iba creciendo a medida que pasaban los días, enseñándose cada vez más con Balaguer y su gobierno; se evitaba así que fueran a cometerse profanaciones con el cadáver de Trujillo. 
Los restos habían vuelto al país, continuando así su peregrinar en búsqueda del reposo definitivo. Y aparentemente lo lograrían, porque de la base aérea de San Isidro, el féretro fue llevado al cercano aeropuerto de Punta Caucedo y de aquí, un avión DC-7 alquilado a la Pan American Airways, lo llevo a París, pero en el aeropuerto de Orly hubo una confusión y el féretro siguió su destino de ambular. 

Luego, el embajador dominicano Hans Cohn Lyon y varios familiares, lo identificaron y presentaron un acta de defunción. Se le llevó a un depósito de cadáveres entre centenares del cementerio de “los grandes” de la capital francesa, Pére Lachaise. Permaneció ahí hasta darle sepultura el 14 de agosto de 1964, más de tres años después de la muerte del tirano. 

Los restos sepultaron en un mausoleo de mármol negro, de seis pies de alto, adornado con la letra T de gran tamaño Y debajo la inscripción generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina. 

República Dominicana. 1891-1961. 
Aparentemente esa sería su tumba definitiva. Sin embargo, el 19 de noviembre de 1970, los familiares de Trujillo trasladaron los despojos de este desde París a una tumba que le construyeron en el cementerio de el Pardo, en el pueblo del mismo nombre, en las cercanías de Madrid. 

En ese panteón también estaba sepultado Ramfis Trujillo, fallecido hacía cerca de un año, en un accidente automovilístico cerca de la capital española. 

Es posible que, después de nueve años de vagar buscando un sitio donde reposar definitivamente, los restos del dictador dominicano lo logren, en el cementerio de el Pardo cerca de la capital de España.

Texto: libro, “Mis 20 años en el Palacio Nacional junto a Trujillo y otros gobernantes dominicanos”. 

Por Manuel de Jesús Javier García