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Educación ambiental

Por Félix Bautista
Todos los estudios económicos coinciden en que el proceso de industrialización de la era moderna impulsó el desarrollo económico y social de las grandes potencias económicas, al tiempo que mejoró la calidad de vida de la población. 


Como todo en la vida tiene luces y sombras, la sombra de la industrialización es la contaminación ambiental, la cual ha provocado una transformación intensa de la atmósfera y de la superficie terrestre. 

Cuando las emisiones de los procesos industriales son superiores al auto purificación de los suelos, las aguas y el aire, se inician los grandes impactos al medio ambiente, lo que trae como consecuencia, la afectación de la salud y de los ecosistemas. 

Satisfacer las necesidades humanas, en un mundo en que la población aumenta cada día, es un reto y un desafío para las economías y las naciones. Se trata de lograr un desarrollo pleno de la humanidad, garantizando la sostenibilidad del medio ambiente. 

 A mediados del Siglo XX, en los años 60, las naciones que forman parte de las Naciones Unidas (ONU), iniciaron un proceso de cuestionamiento sobre el impacto ambiental que el modelo económico predominante causaba sobre el planeta. Doce años después (1972), en Estocolmo, Suecia, se celebró la Conferencia sobre el Medio Ambiente Humano, en la que se decidió emprender un programa global e interdisciplinario de educación sobre el medio ambiente. 

Sin embargo, fue a partir de los años 80 cuando la Comisión Mundial de Medio Ambiente empezó a hablar de desarrollo sustentable, lo que implicaba compromiso y responsabilidades sobre distintos actores en la aplicación del modelo económico y los patrones y los patrones de consumo que garantizasen la calidad de vida de la población. 

Entre los años 2005-2014, la ONU hace un llamado a los Estados para que incluyan en sus programas educativos, a nivel escolar y extra escolar la educación ambiental, fundamentada en cuatro ejes: “aprender a conocer, aprender a vivir juntos, aprender a hacer y aprender a ser”, logrando integrar todas las facetas y valores del desarrollo sostenible en la educación. La educación ambiental es eterna. 

Es esencial para la comprensión de las relaciones entre los sistemas sociales y naturales. Como disciplina, persigue infundir en los niños jóvenes y adultos la conciencia ambiental, los conocimientos ecológicos, las actitudes y aptitudes que permitan asumir un compromiso del uso racional de los recursos naturales, para lograr un desarrollo sostenible. 

Es importante que nuestros niños sean sensibles a los problemas medioambientales y que se fomente en ellos el interés por conocer y mejorar el medio ambiente; que la escuela -padres y maestros-, involucren a los alumnos en actividades relacionadas con la buena preservación de las aguas, las energías, los paisajes, el aire y la vida silvestre. 

La revista “Educación ambiental: principio del desarrollo sustentable”, del Instituto Politécnico Nacional de México establece que, la educación ambiental persigue “mejorar el comportamiento del hombre con respecto a su ambiente para transformarse en sujeto capaz de cambiar el entorno con visión sustentable”. 

Con esta premisa, la ONU, a través de la UNESCO y de su Programa para el Medio Ambiente (PNUMA), ha desarrollado e impulsado programas para jóvenes, adultos y la población en general, en zonas urbanas y rurales, para que puedan controlar su medio. 

Los tres ejes fundamentales del desarrollo sostenible definidos por las Naciones Unidas son la economía, la equidad social y el medio ambiente. 

Lo relativo al medio ambiente y los recursos naturales, fue analizado en toda su extensión y profundidad en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Rio+20), la cual sugirió la necesidad de hacer grandes inversiones para lograr un desarrollo económico en armonía con la naturaleza. 

En este sentido, La Comisión Económica para América Latina y El Caribe (CEPAL), en su estudio titulado “El gasto en protección ambiental en América Latina y el Caribe”, ha establecido que “La identificación y medición del gasto en protección ambiental constituyen una expresión clara de las acciones y compromisos para avanzar hacia la consecución del desarrollo sostenible en la región”. 

El referido estudio revela que en una década (2001-2011), en los países de la Unión Europea, el gasto total en protección ambiental representó el 2.2% del PIB. De este monto, el 47% se destinó a gestión de residuos sólidos; el 26% a aguas residuales y el 28% a dominios ambientales. 

En los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el gasto en reducción y control de la contaminación, se ubica entre un 1% y 2% del PIB. 

En el caso de Latinoamérica, ha sido difícil establecer una estrategia regional de Educación Ambiental y su gestión está separada de las políticas sociales y económicas. 

Los países latinoamericanos, según lo refleja el estudio indicado de la CEPAL, gastan en protección ambiental entre 0.14% y 0.5% del PIB. En el caso dominicano, la educación ambiental ha sido una preocupación del Estado en los últimos 40 años. 

Las distintas normas aprobadas en las cámaras legislativas y los decretos sobre la materia así lo testifican. En este orden, es preciso destacar que desde 1931 a 2017 (86 años), se han aprobado 8 leyes, 4 decretos y una reforma constitucional que postulan sobre la necesidad de garantizar un medio ambiente saludable. 

El último de estos proyectos fue sometido el 26 de septiembre de 2017, y se introdujo por ante el Senado de la República bajo el título “Proyecto de Ley de Educación Ambiental de la República Dominicana”, con el objetivo de “incluir la educación ambiental en el sistema educativo dominicano en los diferentes niveles, ciclos, grados, modalidades y etapas del sistema escolar y superior, en centros docentes públicos y privados; de forma transversal y articulada en todos los niveles y modalidades de enseñanza, formal, no formal e informal, a fin de procurar la sensibilización y concienciación ambiental en todas la sociedad dominicana”. 

Con esta iniciativa, la República Dominicana da pasos firmes para la plena educación ambiental, como antesala del desarrollo sostenible.