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En Azua: periodista “mató” a Trujillo en vida “El Juidero”

Un periodista al servicio de el diario el Caribe, que por error en un pie de fotografía dio por muerto a Rafael Leónidas Trujillo Molina, entonces en Estados Unidos en viaje de Salud y en su apogeo como gobernante, sufrió la cancelación del cargo que tenía, prisión y presión en la cárcel y el desprecio de sus amigos y conocidos. 


Asimismo, el periódico sufrió cambios radicales y cuantos pudieron ver el error y no lo enmendaron, fueron arrestados y recibieron fuertes castigos corporales. 
Tirso Valdéz, era un periodista encargado de relaciones públicas de la Secretaría (Ministerio) de Agricultura, tenía en la emisora HIZ un programa deportivo de mucha audiencia y se ganaba sus pesos adicionales realizando actividades periodísticas para el diario el Caribe en varios lugares del interior del país, además de laborar parcialmente en la redacción deportiva del periódico la Nación. 

El muchacho, que muy jovencito había dejado su Higüey nativo trayendo junto a su modesto equipaje, varias toneladas de sueños y un deseo inmenso de abrirse paso en la urbe capitalina, ya estaba casado y aspiraba a dejar la estrechez del suelo chiquito y hacerse de una desahogada posición económica. 

Al paso que le iban las cosas, el joven polifacético no descartó el sueño de algún día almacenar tantos cuartos como su pariente Óscar Valdéz, sinónimo de la riqueza no solo en la región oriental, si no en todo el país. 

Las gentes decían que el ricachón higüeyano tenía tantas reses , que se le alzaban y se perdían los potreros. Tirso aspiraba a tener tanto dinero que se le pudriera en los bancos suizos y canadienses. 

El Caribe lo había enviado a Azua, va a cubrir una manifestación política que incluía, entre otras cosas, discursos, misas, ofrendas florales y otros actos en homenaje al benefactor de la patria. 

La reseña de esos actos se publicaría al día siguiente, en una página que había pagado el periódico. 

Llego temprano a la redacción del diario, redactó la crónica y los correspondientes pies de fotografías del acontecimiento político y entregó todo a la mesa. 

Se fue a su casa y para alegría de su mujer y sus hijos, llevo una buena cantidad de casabe relleno con dulce de leche de chiva, una especialidad azuana en esa época, aunque los banilejos decían que eso era un plagio ligeramente variado de un manjar típico que ellos habían inventado. 


De todas maneras, al paladar y al estómago no le importa la procedencia de lo que se les obsequie, un chivo de Montecristi o mabí seibano, lo saborean y lo digieren con la misma glotonería. 

Al día siguiente, el periodista higüeyano, pasó por el establecimiento de un viejo amigo suyo, un barbero, que, con aire sombrío, lo llamo aparte, le dijo algo en voz baja y le presentó la página de EL CARIBE donde estaba la reseña del acto político de Azua, firmada por él. Estaba marcado con una cruz hecha a lápiz por su amigo el barbero. 

En una foto, a tres columnas, frente a un busto de Trujillo, varios escolares depositaban una ofrenda floral.

El pie decía: “Los alumnos de la escuela primaria de Azua depositan una ofrenda floral ante la tumba del benefactor de la patria, Generalísimo doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina.” 

Leyó el pie de la fotografía una y otra vez y de momento le pareció que encima de este error veía un par de esposas de acero inoxidable que, como cosa de pesadilla, se salían del periódico y le aprisionaban las muñecas. 


Trujillo estaba en el exterior hacía algún tiempo y frente al gobierno estaba su hermano, el general Héctor Bienvenido Trujillo Molina, juramentado como “presidente” de la República para el periodo 1952-57, y además se le había otorgado el grado de Generalísimo. 

Sin embargo, para nadie era un secreto que Trujillo era quien realmente gobernaba y no su hermano; como tampoco ninguno de los demás “presidentes” que le antecedieron, era, en verdad, el poder detrás de la silla presidencial. 

Por eso, al producirse la “metedura de pata” en el periódico del régimen, negro Trujillo fue el primer desconcertado y las primeras medidas que dispuso fuera una serie de interrogatorios y represiones a todos los que, “consciente o inconscientemente pecaron”. 

El periodista Valdéz, se dispuso a ir a la redacción de el Caribe, pero antes fue al colmado hizo una compra suficiente para que la familia pudiese comer sin problemas durante dos meses. 

Marcia, su esposa, extrañó un poco que su marido hiciese una compra tan grande, pero cuando éste le contó lo del error y lo que suponía que iba a llegar detrás de esto, se tiró en una cama a llorar silenciosamente, para no alarmar a sus muchachitos, asombrados de todo aquello. 

Tirso encontró en la redacción del periódico al director, doctor German Emilio Ornes, que daba los toques finales al trabajo que iba a presentar en la reunión de la Sociedad interamericana de prensa, ha efectuarse en Nueva Orleans, Estados Unidos de Norteamérica, en los días próximos. 

A pesar de su aparente calma, Tirso comprendió la preocupación del director del diario. Por eso hablar un poco, quizás demasiado poco, convinieron en que era una vaina que nadie esperaba. 


El periodista Valdéz bajó entonces a los talleres de imprenta del diario y allí se le enfrió el alma más aún y tuvo una noción exacta de la magnitud que se había dado a su pequeño error. 

Estaban presos los linotipistas, correctores de estilo y de pruebas y hasta los muchachos que llevaban las pruebas de los talleres a la redacción. 

Pero creció más aún su angustia cuando supo que don Rafael Herrera, el jefe de redacción del diario, estaba en el Palacio de la Policía Nacional y allí lo interrogaban. 

En la mañana, muy temprano, oficiales del cuerpo del orden, encabezados por su jefe, el coronel Federico Fiallo, habían ido a los talleres para investigar el asunto. 
German E. Ornes junto al jefe Ejército de la época, General Luis Román y los periodistas Jaime A. Lockward y Pablo Rosa.

Ante la comisión, Ornes dijo que él era el responsable del error por su calidad de director del diario; pero Herrera agradeció el gesto de Ornes y dijo que la responsabilidad era exclusivamente suya. 

Explicó que estaba hablando por teléfono, vio la página de Azua ligeramente y con esa ironía tan suya aseguro que “un chivo azuano saltó la cerca y me ha fastidiado a mí”. 

Los Policías, a pesar de sus caras de machete, esbozaron apenas una sonrisa, aunque sintieron deseos de reírse con toda el alma. Tirso se fue entonces a su residencia, a esperar que llegase lo que inexorablemente vendría. 

La única alternativa era poner el cuello para que la guillotina lo cortara. Su esposa se secó las lágrimas, trató de confort arlo y fue a la cocina a prepararle un té de guanábana para calmarle los nervios. 


Pero apenas había comenzado a tomar el remedio casero, cuando llegaron a procurarlo dos señores trajeados de civil, pero que a leguas se sabía quiénes eran. “Acaba de tomarte tu té”, le dijo Marcia, haciendo acopio de una serenidad que disfrazaba la tormenta que sacudía todo su ser. 

Tirso también se mantuvo bastante sereno cuando se despidió de su mujer y sus muchachitos y sin mirar para atrás, siguió rumbo al palacio de la policía, custodiado por dos agentes de esa institución vestidos de civil. 

Mientras tanto, Ornes salió del país el 30 de octubre de 1952 , días después de la publicación del célebre error, rumbo a Nueva Orleans, donde luego asistió a la reunión de la SIP. 

Lo despidieron con algunas “caricias” en el foro público. Y durante algún tiempo no le quitaron el guante de la cara. Después de la reunión de la SIP varios periodistas entrevistaron a Ornes preguntándole, entre otras cosas, si era cierto que habían asesinado a tiros o Valdéz por el desliz en un pie de fotografía. 

Ornes dijo que desconocía el destino de Valdéz, pues hacía varios días que había salido de Santo Domingo. Luego, ante nuevas preguntas acerca de su opinión de la suerte que podría correr o habría corrido el periodista dominicano, Ornes declaró que “no me atrevo a dar un dólar por su vida”. 

Entonces todos los periódicos norteamericanos publicar una noticia con gran despliegue, con el consiguiente escándalo en los medios políticos, religiosos y sociales estadounidenses. 

No obstante, Trujillo y Ornes sostuvieron una entrevista “cordial” en Nueva York y el dictador pidió que volviera al país a ocuparse de la dirección del periódico. 

Parece que Ornes recordó la fábula de la mosca y la araña, cuando esta última invitaba a la primera a que fuese a su pela, para que allí se abrigara y disfrutara del confort de su casa. Ornes, igual que la mosca de la fábula, no cayó en la trampa, recordando sobre todo, que el foro público se había dado “banquete” con él. 

Ornes aseguraba a sus amigos que estaba “harto de Trujillo y de sus cosas y me quedé en el exilio”. El 1 de enero de 1956 Tirso fue presentado vivo y coleando en una rueda de prensa en Nueva York. 

Lo acompañó Herrera, quien lo introdujo ante los periodistas y lo ayudó en la urbe norteamericana. Se les mentía así su presunto asesinato. 

Tirso había sido sacado de la cárcel de la policía nacional, luego de estar 33 días preso, desnudo en una celda solitaria, sufriendo penurias y golpizas con un tipo de látigo que tiene un nombre impublicable y que manejaba un policía con musculatura de camionero, que tenía una camisa manga corta para demostrar el crecimiento de sus bíceps. 

Después de ser presentado a los periodistas, mientras paseaban por el parque central, Tirso Valdéz, luciendo un confortable y pesado abrigo, comentaba con herrera y Stanley Ross, fundador del diario el Caribe, lo cambiante del destino suyo. 



Recordando que hacía poco estaba en una prisión, que había salvado la vida porque el jefe de la Policía Nacional, Fiallo, era, además de furibundo liceísta como él, un oyente incansable de su programa deportivo en HIZ. Decía, asimismo, que la vida cambia mucho, pues de la prisión y el miedo se encontraba “feliz disfrutando de Nueva York”. Pero Stanley Ross lo interrumpió para decirle: “no abuses de tu suerte, amigo Tirso”. 

Valdez volvió a Santo Domingo, fue restituido en su antiguo cargo y le hicieron un aumento de sueldo. 

Además, volvió a la “gracia” de sus amigos y conocidos, que en una época lo negaban y le huían. Después, se fue a recibir a Nueva York y fue corresponsal del vespertino dominicano EL NACIONAL. 

Sin embargo, envía sus notas al periódico, pero nunca pone un pie de fotografía. !Ah y el original del pie de foto escrito por Valdéz, nunca apareció! Trujillo tomo cuantas represalias pudo contra Ornes, quien se incorporó al movimiento anti trujillista en el exilio y desde las páginas de el periódico El Mundo de Puerto Rico, combatió la tiranía. 



Ornes había realizado una operación para adquirir las acciones de la Editora del Caribe cxa, con un préstamo autorizado por el banco de Reservas. Pagó esas acciones con el dinero recibido. 

Trujillo, después que Ornes quedó en el exilio, se apoderó de la empresa y la manejo a su capricho. Es radicada la tiranía trujillista, el entonces presidente Joaquín Balaguer devolvió la empresa a Ornes y este pago al banco de Reservas, antes de su vencimiento final, los compromisos contraídos por el préstamo, tanto el capital como los intereses. 

Su periódico, desde que fue devuelto en 1961 ha mantenido su línea de independencia. 
Texto: Manuel de Js. Javier García/Historia Dominicana en Gráficas