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Sabana de la Vaca un pueblo que casi desaparece del mapa RD

En Sabana de la Vaca, la esperanza es lo último que se pierde, pero los habitantes del paraje llamado Sabana de la Vaca, perteneciente a este municipio de Juan de Herrera. viven a la suerte y bondad de Dios ante el cruel abandono que han sido sumergidos durante toda su historia en un lugar de prados que solo hace del ser humano la conformidad de estar vivo hasta que un día ya mas no se pueda. 

 Con unas pocas 11 viviendas, de lo que antes era lo que se parecería a la actualidad con un modesto residencial, ya los pocos que viven allí acarrean una dicha incierta, porque no solo los compañeros que una vez fueron vecinos se han ido, sino que las mismas autoridades les dieron la espalda, son cómplices de la estampida. 

 Nunca han tenido un sistema sanitario, aceras y contenes, hay luz por el esfuerzo de unos cuantos que han llevado el cableado eléctrico desde distancia para asimilar ser parte de una sociedad que cada día lo va empujando más hacia la más precaria situación de pobreza, vulnerabilidad y marginación por tener la desgracia de ser habitantes de Sabana de la vaca. 

 Al transitar por la carretera que hace comunicación con otros pueblos del citado municipio perteneciente a la parte norte de la provincia San Juan, se aflora al horizonte un camino angosto que al recorrerlo hace sentir el ir a visitar la tierra de nadie o más bien Sabana de la Vaca, el lugar que solo unos valientes yacen en el por las pocas o casi nulas oportunidades de subsistencia que le ha surtido la vida en una desolada braña que inclemente al pasar de los años golpea en la piel ya maltratada de sus exiguos pobladores. 

Es indudable que las autoridades se han burlado de ellos, tal vez solo lo buscan cada cuatro o dos años, le hacen parecer y siembran en ellos la utopía de una situación que mejorara sus días, pero cuando termina el uso, luego los reacios al escape a otra sociedad lloran el desencanto y la chanza de que sus promesas no fueron más que quimeras del oportunista que vive como político y aprovechándose de ellos. 

 Más de una generación marcada entre niños y ancianos, pero alejados del modernismo y tan cerca de su propia libertad social, no tiene más escapatoria que seguir sumiso al destino amargo de no poder alcanzar un estatus diferente en el cual puedan doblar ese hierro duro de la desigualdad e integrarse a una verdadera comunidad que les respete sus condiciones, que los midan con la misma vara y lo pesen con la misma balanza. Los días aquí son todos iguales. 

Con el gorjeo de los pájaros, el canto del gallo, el relinchar del caballo y la tranquilidad extrema de la naturaleza forrada de árboles frondosos y sembradíos de arroz, maíz y habichuela; son más que el acompañamiento de las raras familias que permanecen en este paraje originario del pastoreo y las crianzas de reses en eso años mozos de la ganadería sureña, algunos tienen fortuna de ser parte de aquellos que hacen sembrar las tierras de su hábitat y los ponen a laborar para ganar y comer el pan. 

 Decanos que se graduaron de la pobreza aún eternizan en esa campiña de no más de dos kilómetros cuadrados (km²), que se ven en sus manos el trabajo de los años y el desdén sufrido por los encargados de los planes sociales y los municipales que lo apartan de todo progreso humano que con sus impuestos no le pudieron acertar. 

Con 20 años de morada, en una casa que muestra a la verdad monda y lironda de las vicisitudes de la ausencia de bienes y servicios que lo hagan merecedor por lo menos de conocimiento gratuito, ya sea por un medio auditivo, televisivo o prensa, la falta de energía eléctrica, jarros y platos regados en la mesa que es un envase o recipiente de pintura con una madera encima y dos sillas de plástico no acicaladas y maltrechas, remendada una en sus patas, unos cuadros de santos que dan la bienvenida desde el caminito a la puerta de su casucha, una foto de un familiar maltratada del tacto de los recuerdos y la inclemencia del polvo, un nieto bebé de unos dos años de edad desprovisto de ropas, descalzo, con migajas en su cara sucia de un alimento que hacía horas que lo había consumido, que ya sabe caminar, comer lo que sea y hasta balbucear algunas palabras por la simple curiosidad de la vida que le da la oportunidad y su triste hábitat, y un hijo de unos 21 años que emigró hace años del lugar como lo han hecho todos y solo viene a visitar y a saber de la salud de su progenitor, estos son las compañías del señor Félix Jiménez que data de unos 78 años de edad, ya sin escapatoria de su estancia inhóspita. 

Se podría decir que casi todos de allí se fueron, ahora el sitio es increíble, los jóvenes partieron a otras provincias del país, sus padres agobiados por la situación económica y los escasos chances de progreso, los hicieron encaminar su desasosiego y experimentar otra existencia más lejos de sus lares, olvidando por completo que allí fue cálido, sereno, hermoso en las tardes, bello en las mañanas con el sonar de las aves y especial en los días de lluvias y primavera, pero más allá de la emoción no hay razón para compensar al corazón cuando está amenazado a morir y soltar todo aquello por una sobrevivencia y una vida oportuna mucho mejor. 

 La vida del político en este municipio no tiene comparación, hacen morir al campesino de dolor, llevándose consigo las fibras más sensibles de su corazón, y echando al olvido toda una nueva generación que vive tirada aún en el paraje de Sabana de la Vaca sin ninguna compasión. Por Héctor Solís.